HOJAS
DE ALBAHACA
Me
llamo Clara, tengo veintisiete años y soy licenciada. Han pasado dos años y
sigo sin encontrar trabajo, ya vendrán tiempos mejores, pues esta crisis nos ha
regalado a los jóvenes un presente difícil y un futuro inmediato lleno de sombras.
Por eso cocino, para no pensar en la monotonía de las horas sucesivas ni el salto
de los días en el calendario de esta vida sin obligaciones. La cocina es mi
lugar favorito de la casa, entro allí y me relajo. Me gusta mucho la
gastronomía italiana, el queso y algunas recetas vegetarianas. Uso siempre
aceite de oliva virgen extra -oro líquido lo llaman algunos- y la sal justa
para que la comida no esté sosa, porque me gustan los platos sabrosos. Utilizo
muchas hierbas aromáticas, me encanta jugar con las posibilidades de las
especias, eso me permite dar un toque personal a cada plato. ¿Mis postres
preferidos? Mmm... ¡qué difícil elegir! Tal vez las natillas caseras con
cáscara de limón y canela, el tiramisú, los helados y los sorbetes. Cocinar es
para mí una diversión, casi una fiesta privada en la que participan los cinco
sentidos: el olfato, la vista, el tacto, incluso el oído y, sobre todo, el
gusto.
Son
las ocho y media de la tarde, entro en la cocina, abro la nevera y miro en su
interior a ver qué alimentos me quedan. Elijo algunos ingredientes casi al
azar, cojo todo aquello que está a punto de echarse a perder pero que aún está
en perfectas condiciones. Lo amontono en el banco y analizo la mezcla de
productos. Siempre lo hago igual, cuando no sé qué plato quiero preparar,
improviso una nueva receta rápida, sana y espontánea. Y al instante aparece una
sonrisa en mis labios, cocinar siempre me da risa porque me hace feliz. Tengo
una maceta de albahaca y me gusta arrancar las hojas de una en una, lentamente,
sin prisa. Tocarlas, olerlas. A veces la riego con pequeñas gotas de agua que
parece una delicada lluvia fertilizante y, sin saber por qué, se refleja en mi
ser una nube blanca llena de luz y de esperanza.
Voy
a preparar una salsa pesto. Busco el mortero, machaco el ajo, añado las hojitas
de albahaca cortadas en juliana y doy golpes suaves pero enérgicos, con amor,
con cariño. Añado después bastante aceite de oliva y el queso parmesano
rallado, a veces también le agrego piñones. Lo remuevo todo hasta lograr una
salsa homogénea y lo dejo reposar unos minutos. Mientras, los tallarines ya se
han hervido, apago el fuego, escurro el líquido y reservo la pasta. No suelo
hacer esto para cenar, pero hoy es un día especial. Mi compañero está a punto
de llegar a casa y este es uno de sus platos preferidos. Hoy es nuestro
aniversario, hace siete años que estamos juntos, creo que la sorpresa le
gustará. Ojalá me regale una sonrisa y por una vez deje de quejarse por
cualquier estupidez y me diga: qué rico está. Sólo pido eso, tampoco necesito
más. Tal vez un beso, un abrazo sincero, un silencio cómplice de nuestra
alegría de compartir la vida. ¡Ya me estoy poniendo sentimental! Eso no me
gusta, porque sentir las emociones a flor de piel a veces provoca heridas en el
corazón. Acerco la nariz a la salsa y la huelo con auténtico frenesí. Porque la
albahaca tiene un aroma fuerte, cálido, envolvente, intenso, penetrante.
Oigo
el ruido de una llave girando en la cerradura, es él. Ha llegado pronto y la
cena aún está tibia, no habrá que calentarla en el microondas, recién hecha está
más buena. Me saluda, me abraza y aprovecho el tiempo que tarda en darse una
ducha para poner la mesa. Cojo dos platos hondos, especiales para pasta, pongo
los tallarines en el fondo y los cubro con varias cucharadas de salsa pesto. No
lo muevo porque así queda más bonito. Ya lo moverá él si quiere para mezclar
los sabores. Saco tenedores de la cubertería para ocasiones especiales, dos
copas y servilletas rojas. La cena está servida, él se acerca a mí, no le oigo
venir y cuando me toca la espalda me asusto. Él se ríe, yo le grito que no
estoy para sustos y me abraza sin decir nada. Se sienta a la mesa, sonríe, hoy
no se queja y me siento flotar en un mar de aceite con hojas de albahaca. ¿Qué
celebramos hoy?, me pregunta, entonces toda la magia se desvanece.
NO
se acuerda, no se ha dado cuenta de que la ensalada está aliñada con unas gotas
extra de amor. No comprende que bajo la lechuga y el tomate y la patata cocida
y el atún, se esconden las virutas de una emoción diluida con la certeza de
saber que no estoy sola. Su olvido quema bajo la lengua y me atraganto. Bebo un
sorbo de vino gaseado, sin embargo la frialdad no elimina la desilusión de mi
rostro. ¿Qué pasa?, insiste él. Ya no te acuerdas, protesto, tanto esfuerzo
para nada. Entonces él dice que lo siente, que se le había olvidado, pero que
se alegra mucho de que siete años después sigamos juntos. Está muy rico, me
dice, muy rico, muy rico. Y yo le quiero otra vez, porque la albahaca ha hecho
su efecto. Creo que esta hierba comestible tan explosiva nos une, nos acerca,
nos ofrece una vía para el encuentro o el entendimiento. Es la magia de los
alimentos, cada uno posee unas propiedades y provoca sensaciones distintas en
el estómago. Incluso hay alimentos muy potentes que acarician el alma o generan
auténticos terremotos en el interior de nuestro cuerpo.
A
veces arranco una ramita y me acerco sigilosamente a él, sin que se dé cuenta,
le hago cosquillas en la nuca o en la espalda o en el brazo. Entonces se
enfada, le pica y se rasca, gruñe. Pero a mí me resulta divertido hacerle
cosquillas con la albahaca. Ahora ya no lo hago. Porque un día él cogió una
ramita y se acercó sigilosamente hacia mí y empezó a hacerme cosquillas por
todo el cuerpo. Me enfadé, grité, las cosquillas me picaban y me rasqué. Desde
aquel día no hemos vuelto a jugar a ese
juego tan inocente y tan molesto para la persona que recibe las caricias aromáticas.
¿Sabías
que la albahaca tiene múltiples usos terapéuticos? Esta planta, originaria de Persia
y Asia Menor, es útil para combatir la depresión, el insomnio, el agotamiento y
la jaqueca. También es diurética, digestiva, antiespasmódica, sedante, desinflamatoria,
cicatrizante, antiséptica. Además, sirve para calmar irritaciones cutáneas,
combatir el acné y disminuir los estados febriles. Activa el sistema
inmunológico, aumenta los anticuerpos y es eficaz para tratar la faringitis o
laringitis. Algunos expertos aseguran que posee propiedades afrodisíacas. ¡Qué
poderosa es la albahaca! Cuando supe que mi hierba aromática preferida era
capaz de hacer todo esto me convencí de que mi salud estaría garantizada. Tal
vez la medicina natural no sea infalible, pero cualquier ayuda es buena para el
cuerpo, ¿no? Ahora ya sabes los beneficios que estas hojitas verdes, olorosas y
tan jugosas aportan a la dieta.
Sin
embargo, la albahaca tiene algo misterioso y maravilloso que me estimula a buscar
el lado positivo de la vida. Me gusta experimentar nuevas formas de utilizarla.
Hace poco descubrí el aceite de albahaca, se prepara triturando en la batidora
un manojo de hojas de albahaca fresca con aceite y después solo hay que
colarlo. Es un aliño magnífico para las ensaladas, las patatas u otras verduras
cocidas al vapor, también para los pescados a la plancha como el lenguado o el
panga. Además, los hojaldres con tomates secos, albahaca y queso fundido son
una delicia. A mis pizzas nunca les falta una pizca de albahaca y también le
pongo un poquito a la salsa de tomate...
Porque
la albahaca es como el perejil, sirve para todo, combina con todo, es barata,
una planta fácil de cultivar, además da sabor, color, aroma. Muchas veces mi
cocina huele a verduras y hierbas aromáticas: curry, jengibre, orégano,
hierbabuena, nuez moscada, pimienta negra. Pero entre todos los aromas que
flotan en el aire de mi cocina, siempre se percibe el absorbente perfume de la
albahaca. No hace falta que te diga cuál es mi ingrediente secreto, ¿verdad?
Pues sí, lo has adivinado, las hojas de albahaca fresca.
Maria
Sentandreu