Melodía secreta
Como el agua que
fluye serena, aunque ávida de un nuevo curso, Virginia sentía recorrer por su cuerpo marchito una inusitada
brisa de esperanza. Sorprendida por la placidez de vientos renovados, abrió con
sigilo la ventana de su desvencijada alcoba, fiel reflejo de su lacónica existencia,
y paseó con desacostumbrada jovialidad un corazón entumecido que se había
resistido a bombear a pleno pulmón, asfixiándola en el tedioso letargo de la
melancolía. Sin embargo, una mujer tan juiciosa y mesurada como ella no debía
dejarse llevar por vanas sensiblerías que tanto perjuicio causan entre las
almas excesivamente frágiles.
Ella, tan parca en
palabras como sobria en emociones, se había propuesto deambular con tiento, sin
sobresaltos, entre las sombras del recato y la soledad. El desamor, a golpe de
voces desentonadas que no tienen el mismo eco y se pierden en el horizonte del
silencio, puede romper todos los ritmos acompasados y desencajar la armonía de
los sueños más ocultos. Así pues, presa de este amargo sentimiento, y en el
otoño de su vida, había decidido podar sus más profundos anhelos, revistiéndose
de una glacial cordura, sin imaginar que tiernas hojas de flor temprana
brotarían a su paso para recordarle que aún era tiempo de retoñar. Pero, ¿qué
le estaba sucediendo? Ni siquiera se reconocía...
Una lozana y
seductora primavera le echaba el pulso a su adusta impasibilidad, la fascinaba
con su voluptuosa presencia e intentaba socavar su establecido statu quo. Su desconcierto iba en
aumento. Atrás iba quedando el soporífero transcurrir del invierno, que la
había sumido en el eterno sueño de las vestales, acorazando el recuerdo de un
tiempo mágico de hermosos poemas y enternecedoras cartas de amor. Su mirada vagaba
sin rumbo en el infinito de sus pensamientos al recordar aquellas inolvidables
letras de cariño que un noble caballero había grabado en su alma para siempre,
cual melodía secreta jamás profanada. Una lágrima furtiva había logrado escapar
de sus ojos cuando la suave luz de la mañana, coqueteando frente al espejo
polvoriento, le devolvió la imagen de un objeto que creía desaparecido. Perpleja,
no lograba entender cómo había llegado hasta allí tan preciado tesoro. Una
diminuta caja de música de reluciente estaño cincelado asomaba tímidamente
entre las sábanas, esperando que su dueña la liberara del olvido. Turbada ante
el insólito hallazgo, fue incapaz de contener un llanto sostenido por los
recuerdos y la distancia. ¡Sus cartas! Allí estaban, como bellas durmientes
olvidadas, a la espera del mágico beso; como notas fugadas en busca del
pentagrama de la ilusión, como agua de mayo estancada, muy a su pesar, deseosa
de encontrar su verdadero camino. Sus cartas..., sus entrañables y reparadoras cartas
de juventud...
El enardecido sol
de mayo la observaba con descaro y se insinuaba sin pudor. Su mirada cómplice y
su cálido despertar lograron resquebrajar todos sus cimientos, lo cual la
sacaba de quicio. ¿Cómo osaba perturbar su temperada existencia? ¿Con qué
insólita arrogancia se había atrevido a interrumpir el adagio de su reconfortante estado de hibernación? ¿Por qué
misteriosas razones insistía en doblegar su aspereza, haciéndola danzar al son
de una extraña y perturbadora melodía? No lo podía entender, más aún, no lo
podía soportar.
Mas, a pesar de su
empeño por disimular cualquier vestigio de emoción, Virginia contenía en su
interior un torrente de agua embravecida que la arrastraba sin remisión y la
obligaba a apagar definitivamente el Fuego Sagrado de Vesta. Sus desbordados
sentimientos navegaban ahora en libertad escapando a la cautividad de unas
aguas estancadas entre la frialdad y el dolor. Por fin se desvanecían todos sus
miedos y sucumbían al inminente deshielo de su hierática pose, insostenible
columna presta a convertirse en escombros. Sus cartas... reveladoras letras
danzando al ritmo lento y acompasado de un nuevo amanecer...
Quizás era hora de
resquebrajar la coraza del desencanto para escuchar con absoluto delirio la
secreta sonata de primavera que florecía en su piel; tal vez era tiempo de
soterrar la nostalgia y liberar las compuertas del deseo; quizás, tal vez
quizás, debía rescatar la olvidada barra de carmín de su pequeña caja secreta,
ponerse el mundo por montera y empezar a vivir...
María Benavent
Benavent